Con la revolución del mp3, las redes P2P, y el acceso e intercambio de información inmediata que ha supuesto Internet, se están produciendo cambios difíciles de prever no sólo en nuestra cultura, sino en toda la superestructura económica que estaba firmemente asentada en el comercio de la música y el arte en general.
El debate público empezó siendo alentado por las discográficas, las sociedades de derechos de autor, etc... que están muy preocupadas por perder el estatus económico que poseen. Consecuentemente, arremeten con el "mercado ilegal" del top manta, y el intercambio de archivos entre usuarios de Internet, usando todos los medios a su alcance: por la vía legal, con actuaciones policiales "ejemplares" y disuasorias; con el uso de los medios de comunicación, que controlan, con opiniones moralizantes y advertencias; con el canon sobre CDs y DVDs vírgenes y el desarrollo de nuevas tecnologías anti-copia para CDs y DVDs, que crackers y otras tribus informáticas parecen disfrutar dejándolas obsoletas...
Esta mañana he visitado un edificio repleto de obras protegidas por el copyright. He cogido la que más me ha interesado, la he analizado con atención, la he disfrutado desde el principio hasta el final, me he copiado las partes que más me han gustado, y sin pagar ni un duro. ¿Que las leyes permiten un lugar así? Pues sí, he estado en una biblioteca. La cultura no tiene precio, y en consecuencia, creemos que cualquier persona debería poder acceder a ella, sea del tipo que sea.
No estoy defendiendo prácticas ilegales; sólo me propongo reflexionar sobre lo que se nos intenta hacer creer como dogmas incuestionables: la práctica ilegal de la piratería (nótese el uso del sustantivo piratería) perjudica gravemente al arte y a la música, tanto a las calidades de los productos culturales como a la producción misma…
Podemos pensar que estos dogmas son cuestionables, aceptando que “la edad de oro” del consumo de discos de la segunda mitad del siglo pasado ha terminado; la situación ha cambiado, actualmente hay herramientas para la difusión de la música y la cultura mucho más potentes y significativas de lo que supuso la aparición de la radio y los discos de vinilo; lo que sí está en peligro es el dominio de las multinacionales de la música sobre esta difusión.
Hagamos algunas puntualizaciones a estos dogmas: a través de las redes P2P miles de usuarios están conociendo grupos y músicos que normalmente están fuera de los circuitos comerciales, ya que la promoción por radio y los videoclips por televisión sólo pueden pagarlo unos pocos… Estos grupos han aumentado considerablemente su oferta de conciertos, que es su principal vía de financiación. Y permanecen fuera de los mecanismos de promoción por los medios de comunicación dominados por los intereses económicos de las multinacionales de la música (nótese que éstos son intereses principalmente ECONÓMICOS, no artísticos o culturales). De esta manera, un grupito de música que normalmente no saldría del barrio donde ensaya está dándose a conocer a TODO EL PLANETA, dejando al oyente la decisión de si su música merece la pena o no. El arte se abre paso.
En nuestra opinión, el reto que nos plantean las nuevas tecnologías supera los asuntos de beneficios y pérdidas del establishment económico sobre la cultura, al fin y al cabo meramente accesorio: el arte se abre paso; sino que anuncian vientos frescos y cambios profundos para la música y el arte, y es allí donde queremos llevar el debate, señalando la gran oportunidad que tiene nuestra cultura y el arte en general de librarse de unas cadenas que aliena al hombre de su propia creatividad.
Creemos que la música, y el arte en general, es una actividad vital en el ser humano. Es esencialmente un proceso, por mediación del cual exploramos nuestro medio, tanto el interior como el exterior, y aprendemos a vivir en él.
Christopher SMALL, en su libro "Música. Sociedad. Educación", publicado en 1980, (y es uno de los libros que he leído sin pagar en esa biblioteca) reflexionaba en estos términos:
"El arte es una actividad tan vital como la ciencia, y de hecho penetra en ámbitos de la actividad humana que la ciencia es incapaz de tocar. (...) El objetivo del arte es capacitarnos para vivir en el mundo, en tanto que el de la ciencia es capacitarnos para dominarlo. Por esta razón insisto en la suprema importancia del proceso artístico, y en la relativa falta de importancia del objeto artístico; el instrumento esencial del arte es la experiencia irrepetible."[1]
En nuestra sociedad y cultura occidental, sin embargo, hay una extraña separación entre el artista, compositor, ejecutante (en definitiva el productor de la música) y el oyente o receptor. Como con los cuadros, la música se pone en un marco (la sala de conciertos, o en los registros discográficos). De esta separación de roles entre la élite de músicos y la mayoría que recibe sin poder expresarse, se puede incluso establecer una analogía con la estructura social: unos mandan, otros obedecen...
SMALL sigue diciendo:
"Paralelamente a esta abdicación de todo rol creativo del oyente se da una
profesionalización cada vez mayor de la música. (...)
"Los públicos de clase media consumen a Brecht y a Beckett como si fueran cereales nuevos para el desayuno"; Así resumía Ed Berman el dilema del artista de hoy en nuestra sociedad.
Como ya señalamos, el artista se ha visto empujado, como el resto de la sociedad, al rol de productor de un bien para consumo de otros; el mundo del arte no sólo está lleno de productores que tienen algo que vender, sino de intermediarios cuya función es promover y vender los productos artísticos, a la vez que se ganan la vida haciéndolo. Empresarios, editores, agentes y comerciantes de arte, representantes artísticos, distribuidores de cine, todos viven del producto del artista (lo que no quiere decir que sean parásitos, ya que, de hecho, desempeñan una función valiosa como detallistas del producto artístico), y todos se interesan por la venta de una mercancía. Las técnicas de publicidad y de marketing adquieren así importancia para la difusión del arte. (...)
El arte sigue siendo un bien cuya producción continúa estando en manos de los expertos; un bien que compramos cuando sentimos necesidad de él, y en cuya producción no tenemos más arte ni parte que en la fabricación de los cereales para el desayuno. Ahora podemos darnos cuenta de que una verdadera regeneración de la música occidental, y de la sociedad occidental, sólo podrá darse cuando podamos devolver el poder de la creación a cada individuo de la sociedad."[2]
Bien, en nuestra opinión, tenemos la herramienta para devolver el poder de la creación a cada individuo de la sociedad, y no es otra que Internet y las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación. Tocaremos este tema en el siguiente artículo.
[1]SMALL, C. (1980) "Música. Sociedad. Educación." Alianza Música.
[2]SMALL, C. (1980) Op. cit.
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